La memoria es un insecto correoso y frágil. Uno trata de organizar sus recuerdos, con cierta similitud del orden que demuestra en el resto de tareas cotidianas, pero no tiene sentido la vertiginosa tabulación cuando de la nada un coletazo de infancia se confunde entre las sábanas de algúna cama que el cuerpo exploró y amó, aunque sea por un ratito. Por eso cuando a uno le dicen: Ud.corre el riesgo de perder la memoria, en realidad no le están diciendo nada nuevo. Lo interesante sería, por ejemplo, que algún calificado neurocirujano, con voz grave como quien no acepta la cosa sentencie: Corre el riesgo de no perder nunca la memoria. He ahí una condena vital. Recordarlo todo, saturarnos el techo y la comida con recuerdos tan diversos como la primera noche en cana, el estribillo de canciones cuyo autor ignoramos o la certeza de haber pernoctado en puentes de dudosa existencia. Un tableteo constante de imágenes que ya no permiten saber si la realidad existe o es una prolongación de la memoria. Cruzar la calle y no saber a ciencia cierta si la estamos cruzando o recordando que la cruzamos o pretendiendo que la queremos cruzar. Y la calle. ¿es la calle o su eco? ¿si uno valida la posibilidad de recordarlo todo, no tiene sentido entonces la posibilidad de que en pleno recuerdo la realidad se cruce y que del choque o la incertidumbre uno deje de saber qué piso besan los zapatos o qué hora marcan los relojes? La gama de variables posibles, en un primer y rápido acercamiento, se extiende hacia límites verdaderamente insoportables. Figurese por ejemplo que entre memoria y memoria se vayan colando los recuerdos que, por dignidad o lo que sea debemos olvidar. Aquel pequeño monstruo del pasado laberinto, el soberano hijo de puta que fuimos, o el indescriptible idiota que dejamos atrás. Si el olvido es un aprendizaje, o un componente del aprendizaje, el recuerdo es una técnica mas bien contraproducente. Aunque nunca olvidemos del todo si podríamos recordarlo del todo. Sumarle a ese título de la película todos los detalles precedentes e irrelevantes que jamás repetimos. Que al beso exterminador que el ojo miró por imprudente se le sume la cucaracha que habitaba la pared contigua, el vaso de gin a medio acabar en la mesa, los colores del mueble recién estrenado, la luz a medio camino entre azul libélula y azul marciano, la conversación sobre musicología del desconocido de la izquierda, la conversación sobre semántica germana del desconocido de la derecha, el monótono ruido de los parlantes, el relumbrón de los coches que pasaban bajo la lluvia, la lluvia, el aroma del cuarto, esa mezcla de angustia con nicotina, la posición exacta de los contertulios, su peso adivinado por los plieges de la almohada, la forma en que sus músculos gestaban las palabras, la casi certeza de que hablan de vos, esa mano en la rodilla, los dedos que suben, que van subiendo, que no encuentran opocisión alguna, que se recrean en el muslo, la boca entreabierta, la gota de sudor que resbala por la nuca, los puños cerrados, el cuello rígido... a quien le interesa esta condena horrible? Personalmente creo que debe ser mortal desayunar con tales imágenes, hacer el amor con rostros aleatorios despojándose de la ropa o sentarse a ver el mar y no tener nunca la seguridad de que el sol que la pupila marca es el mismo que pela la piel de las bañistas.
Pobrecitos los doctores, pensaron que su diagnóstico era una condena. Pero quién sabe, la desmemoria vista así tiene sus ventajas.
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