...esa mujer decidió una tarde vencer al miedo en su propio terreno. Bajó cuidadosa las escaleras de hierro, sin que el piso note su presencia se acercó al cuarto. Abrió levemente la puerta, para que el miedo, que dormía, no la note ni se enfunde su armadura impenetrable. Entró con el pie izquierdo rozando la baldosa, se acercó casi sin respirar y con el corazón demandando salir de su cuerpo, dejarla sola y a su mala suerte en la batalla. Nadie podía sospechar de su presencia, en pocos minutos el sol irreverente inundaría el cuarto a pesar de las cortinas y todos los miedos -el suyo incluido- largarían un bostezo y asumirían sus lugares. No quedaba mucho tiempo. Sortear la ropa caida, los restos de comida, los arrebatos de una noche en que ella dijo basta. Allí está su miedo, desde luego no la reconoce, duerme aun el sueño de los inocentes. Tan solo tomará unos segundos. El arma está cargada, la mano tiembla pero no duda, último pestañeo, boca abierta, silencio.
Desde el espejo, su miedo encarnado observará el cadaver, comprendiendo que ha perdido
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