lunes, marzo 21

Inocente Trabajo


No creo que tenga nada de inocencia, al menos no en el sentido tradicional que me remite invariablemente a la imagen de una niña jugando en el jardín con las manos sucias y el pelo desbaratado. Perdón Hölderlin, creo que te leí mal. Estoy seguro de que tu intención, cuando le escribiste esa línea a tu madre, era tranquilizarla. Además tu eras un alemán del siglo dieciocho, nómada y chiflado que hablaba de la poesía como una substancia etérea y casi inalcanzable para la mayoría, como la belleza o la cordura misma. Incluso llegaste al extremo de condenarnos a la creación impercedera a todos quienes quisieramos transitar tu senda sin seguir tus pasos. "...mas lo permanente lo instauran los poetas" dijiste tan suelto de huesos. Como si permanecer e instaurar no fueran en su propio vórtice dos orillas opuestas, dos contradicciones permanentes. Después llegaría Heidegger para descifrarte con aquello de que “[...] La poesía es la instauración del ser con la palabra”... Ah, par de alemanes locos y maravillosos. ¿Por qué se empecinaron tanto en complicarnos la vida? Hace mucho que no les encontraba entre mis paredes y mis hojas. El desliz se debe a mi madre, por supuesto, cuando desde su convaleciente dulzura me pidió que le recite unos versos de Pound, su malquerido poeta favorito. Allí estaba yo, manteniendo los ojos muy cerrados para que no se notara el dolor (físico, no simbólico) que me provoca cualquier intento de memoria perdida. 

Fresca como las pálidas hojas húmedas
de los lirios del valle
al alba yace ella junto a mí.

Cómo se parecía a Salomón en sus cantares, este italogringo modernista y skin. No me importa, leo por igual a Saramago y a Borges, aunque no tolero a Vargas Llosa, me parece el menor de todos los nobeles. Nada de eso es tema de conversación con mamá. Ella cierra los ojos con ese dramatismo que tanto la caracteriza y me pide que, en un giro histórico y cronológico admirable, cambie los versos del buen Ezra por las historias fantásticas que salvaron el cuello de Sherezade.  Empiezo, desde luego, con las mas genéricas; con aquellas en que la maestría narrativa está ligada al talento improvisatorio y no a la rigidez del argumento. Simbad, por ejemplo, y su navío herrante; Alí Babá con sus ladrones; Aladino y su lámpara holywoodizada... Disfruto volver a contar historias, me hacen falta las marionetas y me las ingenio con medias, y sales de baño y zapatillas en forma de animal y almohadones que simulan dunas u oasis. Mamá ríe y me observa sin pestañear. Se han cambiado los papeles, es una niña adolorida e indefensa, enfiebrada e inmóvil; yo, en cambio, un juglar, un cuentacuentos transhumante. Podría hacer esto toda la vida, mamá, contar historias. Cuéntame una tuya entonces, me replica achicando los ojos, como retándome entre cómplice y maliciosa. Callo. Miro a mi alrededor y cada cosa encuentra sitio en mi cabeza: Esa toalla será mi corona de flores; esos peines mi cruz; esa ventana mi ventana; esa madre adolorida será mi audiencia. Cierro las cortinas, respiro, y largo el complejo monólogo que escribiera hace semanas. Debo putear y puteo, debo transgredir y transgredo, debo jugar con herejías y lo hago, no me detengo, no me interrumpo. Se llama "La Segunda Venida" mamá, quiero volver al teatro. Ella no aplaude, ni rie, ni llora, ni se incorpora. Ella no hace ni siquiera su expresión dramática. Esta ventanita de locura abierta entre los dos gracias a sus píldoras y a la lluvia se ha cerrado. Reconozco de inmediato su mirada, la de mamá, la de siempre, la centrada y seria, la única capaz de acompañar a su frase siguiente. Ya estas grandecito, ya tómate la vida en serio. Lentamente me quito la corona, deshago la cruz, levanto las cosas tiradas en el piso. Es en serio, repito despacito, escribir es lo mío, digo como convenciéndome. Es la mas inocente de las ocupaciones me dicta Hölderlin al oído, como si el cuarto y la escena y hasta la madre estuvieran repitiéndose doscientos años después...

Será de noche cuando la deje, dormida y tranquila, hermosa como la foto que guarda secretamente con el fusil al hombro en las selvas de Nicaragua. Estoy seguro de que llegará a verme serio, con el rostro pintado, con el pantalón roto, con la nariz roja, con los labios quemados, será lo mas serio que haya visto nunca, y reirá conmigo.

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