Llueve afuera de la casa. Una lluvia linda, melódica, de esas que hacen aparecer hongos entre el pasto y que moja las piedras y las deja con aroma. Quisiera salir y sacar la lengua y cerrar los ojos, pero desconfío de mi garganta y, faltando tan poco para acabar con las malditas inyecciones, no quiero recaer en otro frente.
En casa no esta nadie, solamente el abuelo que descansa en su taller con la televisión prendida. Caen bombas en Libia me dice; cada misil cuesta medio millón de dólares me dice; ya han muerto cuarenta y ocho civiles me dice, y yo callo porque la rabia cuando es impotente debe quedarse adentro. Me asomo a la ventana y la lluvía dibuja figuras en el patio, de pronto recuerdo la historia del grillito que contaba mi abuelo cuando llovía. Decía que un grillito (no recuerdo su nombre, da igual llamarlo Pancho o Aristóteles) no bien sentía que la lluvia comenzaba a caer, arrastraba con mucho trabajo pequeñas piedrecitas con las que formaba un ágora diminuta con todo y butacas; las hojas de las plantas le servían de cobertizo y a mordidas robaba un poco de tallo a las flores para hacerse un escenario. Solamente se presentaba cuando llovia. Quién sabe si era tímido, o demasiado engreído, pero en el escenario, teñido de savia y humedad poquisimos asistentes disfrutaban de un espectáculo que se repetía cada aguacero, y que sin embargo siempre parecía único. Entonces el abuelo cerraba los ojos, ponía sus brazos, doblados, hacia la espalda como imitando a una gallina y se ponía a bailar, de la misma forma en que juraba haber visto bailar al grillo con las gotas de lluvia. Yo me divertía muchísimo y le marcaba el paso con las palmas e incluso le acompañaba en movimientos inpronunciables y dignos únicamente de un grillo. Así pasábamos las horas y las lluvias hasta que una tarde mamá llegó de mal humor y me exilió de la lluvia al tiempo que lanzaba una mirada de espanto y odio al abuelo que, sin advertirlo, seguía dando piruetas en pleno patio. A eso le llaman crecer, tengo entendido. Pasaron los años, no muchos en realidad pero largos, y cuando hablo de grillos o de lluvia o de mandrágoras y pasionarias, el abuelo me responde solamente con los ojos, como si temiera que un gravísimo secreto se descubra. Y sin embargo en esta tarde estamos solos, yo vengo muy poco y es raro encontrarnos solos. Afuera llueve. Lluvia linda, melódica, de esa que deja aroma en las piedras.
Abuelo, te acuerdas del baile del grillito ese que...
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