jueves, noviembre 15

La tiza en la pared.


 La tiza en la Pared
A Palestina Libre. hoy y siempre

Intro: Generalmente nunca muestro mis guaguas en público, me da pena andar exhibiendo hijos tan comunes y tan deformes en una época de tanto lifting literario, pero la historia de este cuento es la respuesta a una visión clarividente que tuve la noche de anteayer cuando pude mirar, con meridiana claridad, que moriré un Jueves 29 de Junio del año 2023, a las 10h32 pm en el remoto pueblito palestino de Al Walajeh, a 4 kilometros al sur de Belén.

Me dieron ganas de compartirlo con alguien, y por eso les comparto.

Es jueves por la noche, hace frío, cosa rara, ya que me he acostumbrado a vivir semidesnudo en este desierto rodeado por dunas y bombas y muros. Hoy el muro caerá. Lo derribaremos en la zona más simbólica de todas: aquella que divide el milenario caminito de piedra que conduce a Belén. Hopeless road, es como le llaman los que saben de muros, de caminos, de esperanza y de soledad.

Hace 6 años que abandoné lo abandonable. Mi cuarto, cámara de humo, se fue vaciando de a poco y con él fueron desapareciendo los pocos buenos amigos que conocí. Con ellos perdí contacto hace dos años exactos, un martes por la tarde cuando me contaron que por fin ella ganó. Hace frío, cosa rara. 

Saleem prepara la bomba, tiene 18 años y nada que perder ya que a los 5 los perdió a todos. Saleem soy yo, a su edad, leyendo a un Chamak cada vez más borroso entre mezcla y atadura del artesano artefacto que usaremos esta noche. Soy yo alzando la ninguna copa para brindar con el vino invisible por nuestra hora gloriosa. Claro, a su edad yo preparaba deberes y lecciones de cómo desarmar un carburador o transformar el parachoques de un auto en la estúpida imitación de un par de ojos. Claro, a su edad buscaba sueños entre las nubes como quien busca en el bazar el regalo perfecto para el amor imposible. Claro, a su edad no sabía como armar bombas, ni mi cuarto colindaba con un terreno minado, ni me despertaba bajo fuego cruzado de francotiradores ni mi ventana vomitaba imágenes de dolor por las noches. Claro, a su edad fui franca y artesanamente feliz. 

-Ya casi está- me dice con los ojos un poco desorbitados por el esfuerzo de mirar lo que detrás del relojito se escondía. -Ya casi está- se fue repitiendo a si mismo con una convicción que tenía un certero aroma a nostalgia. 

Saleem soy yo, atando cabos. Cuando lo conocí, él tenía 15 años y una destartalada AK 47 en su hombro. Yo tenía 33 años y una destartalada mochila llena de cuadernos y mapas y el estuche de mi cámara. Salvó mi vida, al no matarme. Salvé la suya cuando fingí que era mi hijo para cruzar a salvo la frontera. Para compensar tanta salvedad me introdujo en el submundo de la resistencia, Jóvenes, casi niños que habían enterrado a sus padres y hermanos, combatientes como ellos en una lucha infinita que inició mucho antes de que yo fuese ni siquiera la molestia abdominal de una mujer.   

Saleem soy yo, terminando lo iniciado. También en su sueño hubo una mujer fundacional. Anoche ella quiso escribir palabras de amor en el muro, como cualquier otra criatura de dios en cualquier otro muro de cualquier otra parte. Quiso atravesar un corazón de tiza con el garabato de una flecha que apuntaba a la alegría. Quiso, y no pudo. Tal vez sea por el leve desorden de sus cabellos negros chocando contra el pavimento, o por la angustiosa soledad de su sangre al empapar el corazón de tiza, o por su mirada pequeña y triste al sentir la ráfaga perforando su cuerpo. Tal vez sea por ella que hoy, un jueves por la noche, sin luna y con frío, Saleem empapa de lágrimas el cable que se esconde detrás del relojito.

Saleem soy yo, empapado de llanto y de memoria. También yo tuve una mujer fundacional que un día decidió atravesar mi corazón, que no es de tiza, con una flecha que no era garabato ni apuntaba a parte alguna. También yo tuve una ráfaga en mi cuerpo, la angustiosa soledad de verme desnudo y tan lejos y tan cerca. También yo tuve el desconcierto de mirar el leve desorden de sus cabellos negros chocando contra la almohada. Soy Saleem, cerrando el círculo, juntando todas las cobardías, escondiéndome detrás de una batalla que no es mía para borrar de una vez por todas el recuerdo de aquella mañana, con sol y sin frío, en que ella, sin querer, hizo un puñado con todos mis futuros posibles y los tiró por la ventana y me dejó huérfano de respuestas y torció el curso de mi sur. -Ya casi está- es lo único que se escucha en la habitación, como el sutil ronroneo de un devoto rezándole a su dios imaginario. -Ya casi está- va llenando el ambiente de una angustia nueva que se mezcla con mis antiguos temores -Ya casi está- la calle del desamor va quedando lejos -Ya casi está- ella va quedando lejos -Ya casi está- mi lucha por componer el mundo va quedando lejos -Ya casi está- las horas que nunca pasamos, los ningunos atardeceres que vivimos juntos -Ya casi está- la hija que no tuvo nombre, la casa con paredes en la nada -Ya casi está- el sueño que se negó a vivir -Ya casi está- tal vez bajo otros nombres -Ya casi está- tal vez en una muerte ajena -Ya casi está- la vida valdrá la pena. Afuera suena una patrulla. ¿Nos han descubierto?  

- Ya está 
- Déjame verla, déjame sentir lo que la gente llama consuelo... Saleem, querido hijo,  perdóname. 

(Madrugada del 31 de Diciembre del 2007. Manta, Ecuador)

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