domingo, mayo 1

...y yo digo que


Hace mucho que no escribo de política. Cosa rara. Mi país es un lugar especializado en brindar historias de todo tipo. Un amigo mío, chileno él,  dijo en una ocasión que en cualquier lugar de Latinoamérica se sentía en casa al momento de leer un periódico, por lo mucho que nos parecemos todos en lo pintoresco de nuestra política. Ecuador es, sin embargo, un caso especial dentro de esa diversidad. Quién sabe si por la disposición pacifista que, según dicen, nos heredó la historia. O tal vez por esa curiosa vanidad escondida que nos motiva a sentirnos ecuatorianos en los símbolos más heterogéneos: desde la titularidad del Antonio Valencia en el Manchester United hasta la certeza de que en ningún otro lugar del mundo se come tan rico y tan variado como aquí.

Ser ecuatoriano es una pregunta pendiente. Decenas de cineastas y artistas escénicos se han pasado la vida y la obra tratando de responderla. Que desde la migración, que desde la pobreza, que desde el regionalismo, que desde la corrupción, que desde las fiestas, que desde el trago. Tal vez seamos todo eso, y un poco menos y un poco mas; pero en política, estrictamente en política somos un País singular. Las peores épocas de represión no las vivimos en plena dictadura como nuestros vecinos del sur más lejano sino en el apogeo de la tierna democracia, con un presidente que rodeaba la Corte de Justicia con tanques de guerra si se levantaba de mal humor  y que, en plena visita papal, desaparecía y torturaba impunemente a gente, no a mucha pero más bien por falta de tiempo que por falta de ganas o vocación. Creo que desde su presidencia, o probablemente desde mucho antes, los ecuatorianos aprendimos a desconfiar de las Instituciones, de todas las Instituciones formales quiero decir, con los partidos políticos a la cabeza. Aún así (y aquí se notará la singularidad patria) una vez tras otra el pueblo siguió votando a sus peores especímenes. Los inútiles, el loco, el ladrón, el traidor… gente que, por lo demás, fue totalmente consecuente con sus apodos. Robaron lo que pudieron y lo que no. Robaron legal e ilegalmente. Robaron bienes, fondos, esperanzas, ideologías, etc. Prometían el cambio y apenas cambiaban las manos de los saqueadores. Desempleo, migración, privatizaciones, dolarización, bases extranjeras, territorios cercenados, mentira, violencia, delincuencia, miseria, exclusión… cualquiera de éstos términos definía al Ecuador en el que crecí. Y aun así crecí feliz, como la mayoría de niños de clase media-baja que crecieron conmigo entre los Caballeros del Zodiaco, la medalla del Jefferson Pérez, Chispazos, Capurro y Gavica, Silvana Ibarra, la novedad del trole y las esporádicas visitas a un manso Guayas donde el malecón 2000 nunca me impresionó.

Yo no sabía de política pero me tocó aprender por contagio, con una mamá guerrillera y socialista hasta la médula y un abuelo anarquista no tenía muchas alternativas. Tal vez por eso no me sorprendió tanto el fenómeno Correa. Era un lugar común, inevitable. Este país no daba más. Cuando Rafael llegó al poder y enseguida convocó a una Asamblea Constituyente muchos creímos que se trataba del inicio de una revolución pacífica. Yo sigo creyendo que fue el inicio, aunque ahora no esté del todo seguro de a donde fue esa revolución. En todo caso la Asamblea llegó. El entusiasmo se vivía en el ambiente. Llegué a Montecristi 5 veces, tres veces como un mochilero patrio, dos veces como representante de organizaciones juveniles y en todas sentí que estaba escribiendo la historia. Por lo menos para la gente de mi generación la nueva Constitución se convirtió en un best-seller, bueno es un decir porque se la distribuía gratuitamente, pero en cada casa existe una, como suele haber una Biblia o un Cristo del Consuelo. La constitución más hermosa de la historia según mamá. Sin embargo, así como en los libros de Auguste Miller, todo iba bien hasta que… el presidente comenzó a convencerse a sí mismo de que solamente él era capaz de cambiar el mundo. No lo culpo, es una reacción humana de lo mas natural. Fíjese usted en la displicencia que suelen poner los miembros de un equipo cuando uno les asigna responsabilidades pesadas, o sin ir a ejemplos tan estandarizados, fíjese usted en lo fatigado que resulta organizar a una familia común y corriente cuando se sale de vacaciones, aunque se salga a las colinas de enfrente de la casa. El Ecuador se acostumbró tanto a la ley del menor esfuerzo, a la corrupción como una opción de vida que era no solamente necesario sino imprescindible que llegue alguien lo suficientemente valiente y osado como para mandar a todos a la mierda. En ese país imposible de los sueños nostálgicos ese “alguien” debía ser un luchador de masas, un proletario elevado a líder, un heredero de la estirpe marxiana, pero la realidad no funciona como en los manuales. En mi ciudad natal la izquierda y la derecha a veces ni siquiera sirven para determinar el rumbo de las calles, uno puede encontrarse de la nada con letreros que se apuntan mutuamente con el símbolo “una vía”, no se diga en ideologías. Tal vez Fukuyama hizo pasantías en nuestro suelo antes de proclamar su teoría del fin de la historia. Por eso al poder llegó un economista cristiano, tan parecido a Allende como Calle 13 se parece a Víctor Jara y para colmo scout. Aunque parezca no lo digo con ironía. En el Ecuador en que crecí, un presidente así era casi un Che Guevara de terno. Sigo creyendo que es el mejor presidente que ha tenido el País, y el mejor que pudo haber tenido dadas las circunstancias. Pero su izquierda es un síntoma de las izquierdas de este tiempo, tampoco hay que sorprenderse tanto. Tal parece que ya no estamos para revoluciones radicales, y tampoco lo digo con ironía sino con dolor, basta ver que la Revolución mas linda de la historia, la Sandinista, terminó convirtiéndose en un arrebato de símbolos huecos que persigue a sus teóricos mas honestos y que se viste del discurso para practicar todo lo que el mismo discurso condena. Aún así, Correa hizo cosas importantes e históricas. El solo hecho de no renovar una base gringa, recuperando si cabe un trocito de la soberanía perdida, o el dar las espaldas a los grandes usureros del sistema económico internacional ya vale para que los zurdos, los nostálgicos y los fundamentales, lo cuenten entre sus filas aunque no lo sea. 

Ahora nuevamente el País está en tiempo de elecciones. Una democracia saludable dirían los entendidos en la materia con su lenguaje hermético y nutricional. Por primera vez, sin embargo, el presidente se enfrenta a un riesgo real de ser derrotado en las urnas o de por lo menos no ganar abrumadoramente. Esto último parece ya imposible. Lejos quedaron los tiempos esperanzadores donde lo mejor de las izquierdas acompañaba el discurso y la praxis desde la tarima y desde el campo. Si el presidente gana, fortalecerá su discurso pero generará dudas en su entorno mas cercano debido al mas que probable margen estrecho que separará su victoria de la derrota. Si pierde, aunque sea en una sola pregunta, lo mas probable es que llame a muerte cruzada, rearme su estrategia de campaña y el País se vea envuelto, nuevamente, en la fiebre electoral como si la democracia fuera el juguete de moda. En ninguno de los casos creo que vaya a existir ni un cambio profundo en la actitud de Correa frente a su forma de administrar el Poder ni una transformación estructural de la vida de los ciudadanos. Quienes dicen que con el Si viviremos mejor exageran, objetivamente cambiarán muy pocas cosas y tampoco creo en los fundamentalistas del No cuando argumentan sobre la tendencia protofascista del régimen y que con una derrota del No entraríamos en una etapa de represión y persecución sistemática. Para fascismos vamos a otras historias, lo que hay aquí es un presidente socialdemocrata con fuertes tendencias nacionalistas pero formación e ideales europeos que sueña en un estado de Bienestar a la noruega o a la finlandesa y que a veces olvida sus limitaciones. Permitir la explotación minera, o hacerse de la vista gorda ante los problemas ambientales, o no solucionarlos de forma eficiente y reflexiva son hechos condenables e indignantes, pero el fascismo va por otro camino, por eso nunca termino de entender a los colegas de la izquierda ecológica cuando plantean sus argumentos desde un discurso enternecedor pero en muchas ocasiones inútil incluso para sus propios intereses, que en términos ambientales y de vida son los intereses de todas y todos. En cualquier caso, no se necesita mucha (in)formación para descubrir la trampa que esconden las preguntas de la consulta. Antonio Gramsci, el teórico marxista italiano de principios del siglo pasado bautizó a la tendencia popular de encomendar toda la responsabilidad de la administración pública en una sola persona, confiando en su preparación y su buena voluntad como "cesarismo progresista". El presidente nos pide que votemos, nuevamente, por él. Confía en mi, es el discurso tras el discurso, confía en tu gobierno. No es necesario que hagas gran cosa, simplemente confiar. Aún en el mejor de los escenarios, incluso si tuviera la absoluta certeza de la calidad humana y profesional del presidente y su equipo no podría simplemente confiar de forma ciega. Ese ejercicio de fe es algo que abandoné a tiempo en el terreno de la religión y que luego hice extensivo a todos los demás campos de la vida excepto el de la buena amistad y el amor, donde confiar es parte consustancial. Pero cuando un político, por mas zurdo que diga ser, me dice que vote en función de mi confianza, y únicamente de mi confianza, pueden dar por sentado que tomaré el camino contrario, o al menos intentaré comprender que se esconde detrás de esa fe postiza. En este caso no es el mega-proyecto de represión y control que claman ciertos analistas, ni tampoco el País caótico y delincuencial que anuncian los adictos al régimen. La fe que nos exigen esconde una necesidad de cambiar las cosas con urgencia, pero sin detenerse en lo importante. Se trata de profundizar la vocación centroizquierdoderechista de un gobierno que con la una mano lanza la iniciativa Yasuní y que con la otra cambia el horario de los Simpson por considerarlos dañinos (perdón el uso del ejemplo, pero es el que mas me indignó del régimen). Este gobierno es un símbolo de los tiempos que vivimos. Itinerantes, volátiles, tan cerca de la revolución como de la represión y que, tristemente, continuarán hasta que los intelectuales y los artistas, los trabajadores y los políticos, los pobres y los jodidos veamos mas allá de nuestros pupos y de nuestros egos y de nuestras frustraciones hacia donde quedaba esa palabrita tan  útil y tan maravillosa que ya nadie para bola: Socialismo

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