martes, febrero 1

Crónicas de baldosa (segunda parte)


Todo sigue igual, menos la ciudad que es una ballena, pero el árbol sigue siendo el mismo tronco que tose cuando uno se apoya y la vieja casa se parece, es exacta al recuerdo difuso que de ella guardé. Los primeros días fueron de lluvia incontrolable, desde hace varias horas el cielo está despejado. No importa tanto, en cualquier circunstancia la calle me devuelve cada paso que le entrego. Debo ser alguien distinto, nadie me reconoce, y eso produce un encanto singular porque puedo ser un paria desapercibido hasta que de pronto asalto su relativa cotidianidad y desembolso alguno de los códigos con los que crecí. 

Siempre seré bienvenido. Esos brazos nunca me negarán refugio. La gente que me vio nacer, la verde y silenciosa catedral de sueños que forjamos sigue intacta. Los acerco, los converso, los animo. Me acercan, me conversan, me resucitan. -Alguien nos tomó la posta- me dice el negro con la exacta chispa en la garganta que tenía hace siete años cuando lo conocí. Vamos caminando hacia la villaflora. Está igualita, hermosamente desordenada, invicta en su horrible y fantástico caos. Los vemos de lejos. No cabe duda, somos nosotros hace tiempo. Esos seres tan ingenuos, tan dotados de libertad. -Son los del ratón- me cuenta la Cata, en voz bajita como si el secreto fuera un peligro y su difusión una condena. -Son lo mejor del teatro callejero- se repite el negro. Somos nosotros me repito yo. Los vemos. Cerramos los ojos y los vemos. Dura un instante su presencia y nos deja tan seguros en la nostalgia que no hay mas alternativa que lanzarnos de barriga sobre el pasto, encender un porro y cagarnos de la risa por todo lo que fue. El viento es frio y flaco. Penetra por donde menos uno lo espera y así va instalandose en el ambiente, aproximandose a las preguntas impostergables. -Ahora si, que chuchas te pasa- es la Catalina la que lanza la primera piedra. 

Silencio...

...de esos que duran lo que dura el encuentro entre dos microcósmos. -No sé- respondo con la cara pintada de azul almibar. -cómo que no sabes- inquiere el negro, cuya paciencia no es precisamente su mejor virtud.
-No sé, llegué el jueves y no sé, algo me habita, pero no sé, mañana me dan resultados, ahora no sé, chucha qué quieren, no sé nomás- Todos reímos. Tengo algo en la cara, alguna facción chaplinesca se me destapa cuando la ignorancia es mi única respuesta. De repente aparece una figura que voltea mis recuerdos. -¿no me dijeron que la negra estaba lejos?- nadie responde. Lo que sigue es un protocolo inventado a la medida de las propias circunstancias. Esos momentos en los que a uno le gustaría tener un manual de preguntas y respuestas. Ella se acerca, nos ponemos de pie, la Cata se arropa detrás mío argumentando el frío que hace. El negro, que siempre se llevó con todos, acerca los puentes. -Negra de mierda, donde te metiste- ella se sienta, por inercia la imitamos. -Lejos- responde con una voz que no reconocería a no ser que en el medio se interponga un globo en suspensión. Mucha mierda, siete años después ya no somos los mismos. La abrazo, con una convicción de hermandad, de cariño a prueba de ausencias. -no te queda la barba- me dice y rie, reimos, superamos la ficción, ahora estamos juntos como hace tiempo. Ya nos queda corto el asombro. Es tiempo de ponernos al día, dejamos por un momento de jugar al narcisismo y volvemos a la primera infancia. 

Es evidente que no somos los mismos, compartimos lo que queda del recuerdo, pero nuestros espacios equivalen ahora a una dirección diferente en cada mapa, y es bueno, que a pesar de eso, tengamos todavía el coraje de estrecharnos. Bajamos la calle como un solo cuerpo, voy reconociendo los viejos murales, casi ninguno sobrevivió a la noche, y aún así queda uno, el de la carchi y monroy: "Bienaventurados los herejes, porque nunca verán a Dios" La frase apenas nos representa ya, el negro se conmueve, sobre todo porque está en una etapa espiritual -que cosas que hacíamos- dice con una risa mística. Entonces la negra empieza a recordar: lluvia, latas casi vacías, la casa del daniel demasiado lejos, el barrio del tejar donde nunca fuimos bienvenidos, los perros detrás nuestro, las esquinas donde habitaban los fachas, y esa frase que salió de las entrañas. -vos mismo escribiste pendejo, cómo no te acuerdas- pero no me acuerdo, aunque reconozco la mala caligrafía. Nos quedamos mirando, varios minutos, pasan los carros, los perros, los borrachos, los ladrones, las putas y nosotros miramos el muro. Nadie lo dice, todos pensamos en él. -era un hijo de mil putas, desgraciado pusilánime, un cabrón, un sinvergüenza, todo eso era y también el amor de mi vida- nadie le abraza a la negra, nadie repite su desafuero. La Cata empieza a seguir bajando y la seguimos, tres cuadras después llegamos a la parada del trole. El negro tiene repasos, la Cata se ve con el novio, la negra se irá sin respuestas, yo regresó donde mamá Leonor. Nos despedimos sin mucha euforia. Pasarán siete minutos exactos y a todos nos dará por llorar.

2 opiniones, y tu?:

Anónimo at: 2 de febrero de 2011, 14:46 dijo...

jaja, que gráfico que eres nolito, yo tarde 10 minutos en llorar. Macho!

Negro

Unknown at: 2 de febrero de 2011, 14:47 dijo...

cuenta desde que palpita el ojo, no desde que sale la lágrima. por tanto fueron siete... por cierto, toca hospital, hoy no puedo ir al teatro y estoy sin batería en el telefono

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