Cualquier lugar es bueno para escribir, sin embargo no todo lo que escribimos vale la pena. Ahora espero que un desconocido use mi nombre como una convocatoria, es decir espero que me llamen. Mes siento mas bien indiferente. Ni confiado ni nublado, ausente de lo que pueda pasar. Es una decisión que toma el cuerpo y su memoria. Además todas las salas se parecen, las de hospital me refiero, así como se parecen todos los centros comerciales. Son hechos con la misma receta y, en mí, producen el mismo efecto: cansan. Ayer pensaba que la palabra correcta era odio, hoy estoy seguro que es cansancio. Estoy agotado, físicamente, espiritualmente (si ello existiera) Estoy agazapado en mi peor indiferencia pero cualquier persona lo suficientemente noble puede escarbarme y encontrar temor. No tanto por el resultado, mas bien por las implicaciones cotidianas que me han traido aquí. Olvidé, por ejemplo, que hoy tenía un trabajo que terminar, un taller que atender, un sinnúmero de asuntos pendientes e incluso olvidé la dirección de la casa donde estoy pasando la noche. Pronto me pedirán los síntomas. Mejor los enumero:
Detesto que la mano tiemble sin aviso
detesto que el temblor dure tanto
detesto que de pronto deje de saber donde estoy
o por qué
o hacia donde
detesto que duela
que masticar duela cuando duele
que cerrar los ojos duela cuando duele
que abrir una ventana duela cuando duele
que orinar duela cuando duele
detesto haberme convencido
de ser un milagrito andante
detesto volver a sangrar
detesto haber pasado por todo esto
y sentir que no aprendí nada
Nada de eso diré a los respetables doctores. A lo mucho me limitaré a señalar con un índice indeciso el orígen de la cefalea. Diré -no se preocupe, eso no duele-. Extenderé una sonrisa. Bajaré de la cama. Todos seremos felices.
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