martes, septiembre 7

J habla del Odio


J habla del Odio
J sabe que si el amor es, hablando en esperanza de vida, perenne y absoluto nunca será permanente. De vez en cuando hace falta un buen silencio que interrumpa la rutina. De vez en cuando, la gente que se ama honesta y profundamente descubre con el desayuno que ya no tolera la presencia física del otro o de la otra en la misma habitación. Por lo general no lo dicen, y contestan con monosílabos a las preguntas genéricas. Solamente si el amor es artesanal y trabajado en noches y noches interminables de buena fe y voluntad a prueba de olvidos; solamente si el amor es así construido como un poema a dos voces, la buena gente dirá algo como: - Hoy no te soporto, en realidad ni siquiera quiero verte, pero mañana a primera hora desayunaremos juntos como dos luciérnagas que juntan su luz.
Por otra parte J también sabe que todo buen amor es un odio cocinado y exprimido. Una alucinación de polos comunes que se repelen por naturaleza y se atraen por necesidad y/o rutina y/o resignada complicidad. Pero el odio, aunque sea pequeñito, está presente, late del mismo corazón que alimenta los aniversarios y sanvalentines. Sirve, por ejemplo, para mantener viva la memoria de lo imposible. De las vidas que pudieron ser; de los buses que se alejaron, del vino que nunca se probó; aquel trajecito oscuro bajando del avión extranjero; la chica de los ojos perdidos; el relumbrón de las cometas en un cielo limpio; la utopía de no sentir dolor; los otros sueños, cadavéricos y moribundos; el niño que ya fue… pensándolo bien, es una gran ventaja que los odios sean una minoría. Dolería mucho que no fuera así
También J (quién lo creyera) tiene un pequeño odio que ocultar. A veces se le incrusta entre las cejas y no le permite ver hacia dónde camina. Por eso J no permite que su odio salga de la cueva que le construyó bajo la cama con unas cestas de mimbre, papel maché y los retazos de una alfombra. Por las noches hace frío en casa de J, y aunque su cama tiene los pertrechos necesarios para salvaguardar a un oso del invierno, no pasa lo mismo con el odio pequeño que bajo la cama J pretende ocultar.
Como es sabido ni el mimbre ni el papel maché ni los retazos de una alfombra sirven a la hora de interponerse entre un odio y el frío. Por eso éste se levanta, con la parte superior del labio salpicada de escarcha, y va dando pequeños pasos fuera de la habitación. J no sospecha, porque en las noches de mucho frío un sueño demoledor se apodera de su cuerpo y de su espíritu (por lo general sueña con desayunos ¡Es tan buen tipo!) Mientras tanto el odio sigue avanzando, lejos ya de la cama. Con sus pequeños ojos oscuros escudriña furibundo el camino que tiene por delante y al descubrir su objetivo se acerca poco a poco, arrastrando sus 17 patas.
Finalmente llega al ropero de la Señora de J, donde se guardan entre los zapatos de colores y las bombachas preservativas, los recuerdos de infancia de la señora de J, aquellos que nunca verán de nuevo la luz de las ventanas, pero que siempre ocupan los primeros y más lujosos sitios en época de mudanza. Con su manita peluda y mirando al techo, el pequeño odio finalmente encuentra entre los recuerdos aquel que andaba buscando. Lo saca con una delicadeza quirúrgica y lo lleva al borde de la habitación para que el brillo diminuto de la luna atestigüe la escena. Con ceremoniales ademanes, lo coloca en el piso y luego de ondular 7 veces y media su decimosexta pata izquierda descarga con furia incontenible un soberano pisotón. J no escucha nada pero al despertarse al día siguiente tiene una extraña sensación de alegría sospechosamente satisfactoria. En eso piensa cuando su señora entra al cuarto, con su retrato pisoteado entre las manos, exigiendo una explicación.

1 opiniones, y tu?:

Anónimo at: 26 de septiembre de 2010, 20:59 dijo...

ya escribe algo pues chutcha! jejeej chendo lo prometido cumplido, leyendo al perrorura, buenisimo, !poema a dos voces! at. la diana pulgas

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