Cuento del hombre y los hormigos

Cuenta el cuento que el hombre, al mirarse en el espejo, se descubrió lleno de hormigas. Lo cual no sería del todo raro puesto que a nuestro hombre le apasionan los himenópteros y desde su infancia mas remota siempre ha deseado conocerlo todo acerca del diminuto mundo hormiguesco aunque su natural apatía para las ciencias exactas también le ha impedido ser el entomólogo de rigor que su infancia ameritaba.

El es mas bien de los sabios autodidactas, iconoclastas. Largos años anduvo por el mundo buscando hormigas a las cuales conocer, investigar pasado y obras, documentar avatares domésticos entre otras cosas que habrían sacado de quicio a los investigadores natos, siempre tan llenos de formularios y encuestas y grabadoras digitales recién desempaquetadas.

Pues bien, en el último viaje de nuestro hombre hormigadicto, había hecho un descubrimiento realmente fantástico: Las hormigas macho existen unicamente y con el solo propósito de copular. Nada mas les ata a este mundo de polvo y soledad. ¡Que maravilla! pensó el hombre. Nunca un ejemplo mas fehaciente del implacable ciclo de la vida: Nace, copula y muere...
¿Cómo? ¿Y muere? ¿Y es que acaso en el instante último de su gozo terrenal al pobre hormigo no le queda mas que la certidumbre del vacio? ¿el viento helado de la nada? No puede ser. Un animal tan afortunado no puede tener tan triste final. En ese mismo momento, presa de una conciencia de clase transzoológica y furibunda, nuestro hombre se propuso recoger a los machos hormigos del mundo, darles un hogar y un reposo acordes a su memorable participación en la cadena evolutiva.

A los vecinos del hombre descrito no les hace ninguna gracia cohabitar el edificio con tan peculiares huéspedes, aun sabiendo que en su condición de machos abandonados las posibilidades de reproducción mas bien son nulas, sin embargo no ha faltado quien hace correr el rumor de que en las noches de luna flaca los hormigos danzan y se encuentran, brindando por la nostalgia de sus días mejores.