martes, julio 17

10 y un textos de fiebre



10 y un textos de fiebre. Podrían ser terapéuticos, pero no llegan a tanto

No creas que ya se todo
pero casi

Ullrich Hönh 


I
Cuando llegué al salar de Uyuní, comprendí de inmediato que eso, exactamente eso, era la muerte. Un reflejo del cielo, pero en sal.

II
Llovía, en la cama alguien se perturbaba con un diamante entre las piernas. Yo la ví, yo salí corriendo cuando la sangre intentó rozarme

III
Para él no existe biografía (todo lo escribió con humo, jodidos para siempre quienes no lo vivimos) pero hay quien asegura haberlo visto, todo desnudo y de rojo, bailando en la mitad de la noche un punk de esos que ya no pasan ni las radios.

IV
En la sala de la casa pendían crucifijos y escapularios, un enorme Cristo de Legarda y decenas de estampas de una virgen que lloraba. Detrás, si uno afinaba la vista y se acercaba podía notar, agazapado como un gato hereje, un shunga del siglo diecisiete. Un samurái con el pene adormecido y una mujer peinándose de espaldas. El rostro se había desgastado con los años, y el Cristo que yacía enfrente miraba para otro lado.

V
A mediados del siglo pasado mi bisabuelo llevo a Borges a su casa y lo encerró en el sótano sin pan ni agua ni explicaciones. 57 años después, cuando ya todos habían muerto, bajé despacio las gradas mientras Borges dormía, y lo encerré en un saco de frutas. Hoy descansa bajo la mesa de centro, para no perder la tradición familiar.

VI
Los monos celebraban, a cada letra, a cada impulso de voz ellos reían, daban piruetas y maromas, se encandilaban con las pausas, hacían genuflexiones increíbles cuando callaba. Cerré el libro y lloraron. Jamás volveré a leerles poesía.

VII
-Una sola vida vale mas que este silencio y que esta tristeza juntas- me dijo Carlitos Frei en el malecón de la Habana, un jueves por la noche cuando lo conocí. Ayer murió, me contaron, callado y de pie en las puertas de San Cristobal. “Por el ruido que es vivir” había escrito en sus bolsillos.

VIII
Había quemado sus libros y su ropa y sus carteles de cine y sus muñecos de trapo. El fuego, por supuesto, se extendió hacia los marcos y las vigas, hacia el piso y los andamios y los mampuestos, y cuando todo se quemaba, ella decidió también lanzarse. Pero el fuego no le hizo caso, para su desesperado asombro, el fuego no la rozó. Al despertarse notó que la casa apestaba a quemado.

IX
Yo también soñé que venían por mí. Con capuchas vagamente colocadas por encima de los ojos y voz de mando en sol mayor. Y que rompían la puerta y el espejo de la sala y tiraban al suelo todo lo que hallaban a su paso. Pero a mi nunca me hallaron, voltearon el cuarto y no me hallaron. Y soñé que el comandante se sacaba la capucha y gritaba –hijo de puta, ya caerás hijo de puta- y su rostro me era extrañamente familiar. 
-Ya vámonos David- le decían los demás. Y el se iba.

X
Un día dejarás que te quite la ropa pero no el miedo. Y otro te quitarás los miedos y la ropa como si nada. Entre un día y otro pasa la vida, como un rio indiferente, como un rio.


De adolescentes y sus líos

No imagina cuanto
o donde
o hasta donde
pero la cara de asombro se le quita
cuando al fin abro las puertas
y resulta que no
que siempre no
que no he sido
que detrás de la voz
vive un fantasma
y delante de la voz
vivo yo
pero no basto
su vergüenza se despide apresurada
y finge escusas que no entiendo
pero la cara de asombro se le pone
cuando al fin cierro las puertas
y resulta que si
que siempre si
que delante del fantasma
estaba yo 

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