jueves, septiembre 29

El secuestrado


A los 15 años salí de mi colegio, tenté a la suerte y subí en el primer bus que encontré. 9 horas después me encontraba en la frontera peruana sin dinero, sin comida y con desesperación por regresar. Una familia cuyo padre conducía esos extraños taxis de tres ruedas me acogió (la ecuatorianidad se manifiesta en cualquier parte del mundo) me alimentó y hasta me prestó dinero para el regreso. En casa mamá había convocado a la ciudad entera en mi búsqueda. Mi nombre circulaba en pasquines, en la radio y en las dos estaciones de televisión; mis compañeros de colegio celebraban que mi súbita desaparición les dejó 3 dias sin clases; mis amigos acudieron (sensatos) a todos los locales de videojuegos de la comarca. Cuando finalmente regresé la ciudad me castigó con el peor de los maltratos: el silencio. En casa, en la calle y en el aula nadie hablaba conmigo y con el tiempo todos olvidaron el episodio. Poco después salí, harto del silencio y la rutina, y nunca mas he regresado del segundo secuestro. Al Marcelito Lasso le podrán putear, quitarle juguetes y mesadas, amenazarle con futuros inciertos, pero el bichito de libertad que conoció en su secuestro no desaparecerá ya nunca mas

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