mordía despacio
con dientes de caracola,
pero ineludiblemente me iba devorando;
yo solo sentía el calor del primer sol
mientras el ruido de las olas
descendía conmigo
y yo
bajaba hasta su terso y húmedo labio de sal.
A casa
regresó mi opuesto
animado por la inercia y los amigos
pero yo me quedé
habitando el mar
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