martes, octubre 19

Otra soledad de asombro (o como descubri las telarañas jugando pepo)


La soledad tiene aristas
tan poco exploradas
que toparse con ellas
siempre será una revelación.

Digamos que,
descubrir entre la nada y el tedio
un paisaje neutro
que ignorábamos,
un corazón aletargado y ajeno,
una hormiga
sus tres hijos,
una mancha
con poliedros perfectos
y telarañas abandonadas,
o cualquier milagro anónimo
y fugaz
requiere cierta práctica
y un mínimo sentido de belleza

La condición primigenia
por supuesto es estar solo
y luego
dejarse acompañar
por los ruidos minúsculos
que van guiando
el asombro.

Luego
es necesario
y prácticamente imprescindible
abandonar en el diván
o en la basura
los guiones de la soledad.

Si usted es un solitario confesional
fantasmagórico
vivíparo
omnisciente
o de sutil egolatría
no le será tan fácil
quemar los disfraces

Esta soledad de la que hablo
no es el adorno verbal
que buscan los poetas (los formales)
ni el escape maravilloso
del orgasmo intelectual
ni la farsa del suicida.

Es una soledad común,
de estación
de obituario
de sala de espera
de postserenata
de preparto
una soledad tan corriente
que los animales
la comparten en el sueño
y los trovadores
rara vez mencionan,
solo los niños la conocemos
cuando levantamos los ojos
claros de la vida
y miramos hacia adelante
donde ya ningún juego
es permitido.

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